por Deporte Sorolla

8-8-2017

 

«La gloria es ser feliz. La gloria no es ganar aquí o allí. La gloria es disfrutar practicando, disfrutar cada día, disfrutar trabajando duro, intentando ser mejor jugador que antes». Rafael Nadal, tenista.

 

El pasado mes de junio se publicó en Expansión un artículo sobre el impacto educativo de los premios deportivos que reciben los jugadores de manera generalizada a final de temporada.

El autor fue testigo de una entrega de premios que suponemos, por el contexto del artículo, trataba de deporte de base a nivel municipal o escolar (acto multitudinario y familiar, diferentes deportes y categorías a la vez, etc.) y en la que se repartieron medallas a todos los participantes, hubiesen ganado o no sus respectivos torneos.

La idea del artículo se resume en un tuit del propio autor:

Efectivamente, todo su argumento gira en torno al simbolismo del objeto que se entrega como premio, es decir, la medalla. «No les deis medallas a nuestros hijos si no las han ganado. Si queréis darle un detalle por participar, mejor le regaláis una camiseta o cualquier otra cosa», escribe.

Es decir, Sanz no está en contra de dar premios por participar, aunque en el artículo llegue a parecerlo. Está en contra de que ese premio sea la medalla, pues esta debe conservar el valor simbólico que tiene de reconocer el logro deportivo, al igual que no se puede recibir una beca de excelencia si tus notas no son sobresalientes, por mucho que te hayas esforzado.

Lo sorprendente es que, a partir de ese hecho simbólico, relata toda una teoría socioeducativa y psicosocial sobre el valor formativo de la derrota, hasta el punto de considerar que dar una medalla sin motivo puede llegar a ser catastrófico para el deportista y para la sociedad en general, un «buenismo populista casi comunista», dice. Nos parece una absoluta exageración se mire por donde se mire, pero el artículo nos sirve como reflexión sobre algunas ideas y, de paso, para hacer evidentes algunas contradicciones.

Elitismo y Darwinismo social

No es la primera vez que escuchamos esta teoría acerca de los premios deportivos «sólo para los mejores» aplicada al deporte de base, teoría que siempre ha venido, curiosamente, del lado de entrenadores y deportistas relacionados de alguna manera con el alto rendimiento. A nosotros nos parece una filosofía que, de aplicarse en todos los niveles deportivos, lejos de convertirse en igualitaria corre el riesgo de convertirse en elitista al premiar, especial y recurrentemente, a los mejor dotados. Por todo ello, pensamos que, según en qué circunstancias, no debería premiarse con medalla exclusivamente el logro o el éxito final, como propone el autor.

También a nosotros nos parecería injusto que no se llegase a valorar ni a distinguir al ganador del resto de participantes por recibir todos idéntico premio y por aquello de «yo también quiero una medalla», sólo faltaría, pero dudamos que eso ocurra en ninguna parte. Lo normal es que haya un ganador destacado con un premio especial y premios «menores» para el resto, aunque sea a base de medallas, si es que se dan.

Motivación deportiva

La medalla-sólo-para-el-mejor sería una filosofía coherente si los jóvenes hicieran deporte SÓLO para obtener un premio deportivo, pero el autor se equivoca si da por sentado que la motivación principal de niños y jóvenes a la hora de hacer deporte es, o debería ser, el premio final (motivación extrínseca), de manera que si no lo logran por méritos propios y llegamos nosotros y se lo damos, estamos negándoles el valor educativo de la derrota, de que para ganar hay que esforzarse, que no todos pueden ganar y que perder forma parte de la vida.

Es un hecho evidente que la inmensa mayoría de los jóvenes hace deporte porque les gusta (motivación intrínseca), les aporta diversión, grupos de amigos, les ayuda a desconectar de los estudios y otros asuntos, les gusta sentirse bien físicamente, les gusta dominar el deporte que practican porque así será más divertido, les gusta enfrentarse a otros equipos, la emoción del partido, verse en la clasificación, en alguna foto… y si encima ganan ¡mejor que mejor!.

Tampoco se debe olvidar el esfuerzo económico y familiar que a menudo conlleva la práctica deportiva sea el nivel que sea (desplazamientos, material, horarios, compromiso, papeleo, lesiones…) y que también es digno de reconocimiento.

También Sanz da por sentado que dar UNA medalla al FINAL de la temporada va a tirar por la borda 9 o 10 largos meses de entrenamientos y partidos y el empeño de entrenadores y familias en la adecuada y sensible gestión de las victorias y de las derrotas.
Todos los fines de semana vemos a decenas de entrenadores hablando con sus jugadores sobre la importancia de ser un equipo, ganar con fair play, aprender de las derrotas, superarse… ese es el pan nuestro de cada día en una temporada. Sinceramente, no vemos donde está el déficit educativo en ese puntual reconocimiento final.

Meritocracia

Entendemos que el autor defienda una concepción elitista del deporte. Su formación como deportista ha sido a nivel élite pues ha tenido la suerte de estudiar y jugar a Baloncesto universitario en EEUU, pero muy pocos pueden llegar hasta ahí.
Él habla de que estamos haciendo una sociedad donde se prefiere el «café para todos» y no se tiene en cuenta el mérito (esfuerzo, competencia, formación)… ¡¡como si todos tuviesen las mismas posibilidades de lograrlo!!

La realidad demuestra que los que consiguen más competencias y formación a menudo pertenecen a familias privilegiadas, con más posibilidades de pagarse un máster, viajar a EEUU o jugar al polo. De manera que la Meritocracia, lejos de ser el gobierno de los iguales a través del esfuerzo (concepción original del término), se convierte fácilmente en el gobierno de los que poseen de antemano «algo de valor» o méritos, es decir, posición social, rango económico o tradición familiar (el elitismo del que antes hablábamos).

Así pues, como existen diferentes niveles deportivos y de méritos, pensamos que cada uno debe tener accesos diferentes a las recompensas deportivas. De hecho, el autor también lo piensa aunque no lo exprese en el artículo. Veamos.

Contradicciones

Sanz es uno de los responsables de una conocida carrera de obstáculos (Spartan Race) en la que se reparten medallas para todos los que participan en la modalidad más popular y logran terminar la carrera (finishers), al margen del puesto obtenido. Cuando un tuitero le hizo ver la contradicción entre lo que decía en su artículo de prensa y lo que hacía en la Spartan, el autor argumentó que en la prueba denominada «Élite» reciben medalla sólo los primeros clasificados y que las pruebas populares son «otra cosa» y que no se pueden «mezclar conceptos».

Si el autor es capaz, por tanto, de establecer diferentes intereses deportivos, si es capaz de considerar que a cada nivel deportivo le corresponde un tipo de reconocimiento diferente y que ese reconocimiento puede ser una medalla al margen del resultado final, no entendemos por qué en el artículo se aferra al simbolismo de la medalla y critica su mal uso con tanta vehemencia.

Pero no es la única vez que «mezcla conceptos». Sanz, asesor durante algún año de la Asociación de Baloncesto Colegial, anunció en 2016 como gran novedad del torneo que organiza anualmente dicha asociación (Copa Colegial) que, para promover el carácter educativo del Baloncesto, los equipos recibirían en cada partido dos tiros libres «de premio» después de cada período. Estos tiros libres se recibirían siempre y cuando los jugadores y su afición hubiesen tenido un buen comportamiento pero, atención, según el criterio de árbitros y voluntarios. ¿Por qué premiar ahora lo que no se ha logrado compitiendo en la pista? ¿Dónde queda el mérito deportivo?

Como era de esperar, este experimento no terminó demasiado bien. Por su elevada conflictividad, terminó por aplicarse únicamente si ambos equipos estaban de acuerdo con la medida y hubo equipos que se negaron a aplicarla por sistema.

 

 

Para concluir, sólo queda reiterar que somos favorables a que en las competiciones se premie con medalla a cuantos deportistas se considere oportuno, pero en consonancia con los objetivos deportivos y competitivos. A más nivel y exigencia, más restricciones al premio deportivo y viceversa.

Así, en clubes de base y colegios, por ejemplo, somos partidarios de distinguir a los mejores de manera especial y al resto premiarles con medalla, por qué no, por su esfuerzo, participación o como se quiera llamar. Seguro que algún chaval recibirá ese premio de manera totalmente inmerecida pero también estamos seguros de que dar una medalla no va a hacer que dejen de admirar el logro y el reconocimiento de los ganadores y así aprender que deben perseverar si algún día quieren llegar a ser como ellos.